El consultor colombiano, experto en urbanismo social y convivencia, está en Chile, específicamente en la comuna de Chiguayante para realizar una consultoría y trazar nuevas estrategias en torno a la delincuencia. Para el alcalde Rivas “construir ciudad en base al esparcimiento, la recreación, pero sobre todo a la seguridad es nuestro deber; esto es lo que hemos venido haciendo durante todos estos años, por eso fuimos la primera dirección en constituir un Consejo de Seguridad antes que este fuera una ley (2014/2016)”.
Acá, uno de los encargados de cambiarle el rostro a Medellín, conversa sobre el paradigma cultural de transformación en las agitadas urbes latinoamericanas.
En los peores momentos en Medellín, a comienzos de la década del ‘90, cuando en la ciudad morían 6.700 personas producto de la violencia cada año, el periodista Jorge Melguizo se comprometió a buscar pequeñas epopeyas humanas que permitieran contrastar el fenómeno para un incipiente programa de televisión.
Melguizo había nacido en la denominada Comuna 13, entonces epicentro de la crisis de violencia territorial, y entrevistó en el primer capítulo a uno de los jóvenes líderes del barrio, comprometido con el proyecto de transformación que se desarrollaba en la comunidad.
Lo primero que le preguntó al adolescente de 16 años, fue por qué se había atrevido a ser una agente de cambio en un barrio donde se respetaba más a los jóvenes con armas. “A ellos los respetan porque les tienen miedo”, le dijo, “en cambio a nosotros, además de respetarnos, nos quieren”. “Me pareció una respuesta tremenda”, recuerda Melguizo.
-¿Por qué?
Porque existe una cantidad de epopeyas que se construyen día a día, sin que nadie las conozca, valore y potencie, y que cuando la sociedad empieza a reconocerlas, esos proyectos cobran una dimensión de transformación tremenda y esos jóvenes que participan se convierten en referentes que comienzan a compartir el liderazgo que antes tenían delincuentes y criminales.
-¿Cómo esta dinámica de épicas individuales y barriales se convierten en un mecanismo transformador desde la política pública?
Yo creo que en Medellín tuvimos dos o tres hitos. El primero a finales de los años 80, en plena andanada de narcotráfico, con Pablo Escobar vivo, una guerrilla contra el Estado, y Fuerzas Armadas en conflicto permanente en nuestros barrios. Entonces tuvimos que asumir que con 66.000 muertos en 20 años, una tasa de 382 muertes violentas por cada 100.000 habitantes, Medellín era un fracaso colectivo. Y asumir eso es abrazar una verdad. Si somos un fracaso colectivo es porque fallamos todos. Las universidades públicas y privadas, las iglesias, las ONGs, el sector empresarial, los sindicatos, los partidos políticos, todo el mundo.
-¿Por qué crees que este tipo de violencia se termina validando o incluso se aprende a convivir con ella?
Cuando tenía 14 años mataron a mi vecino, Rodolfo, que era un muchacho de 17 años, amigo desde la infancia, que vendía y fumaba marihuana. Algunos vecinos, junto a su cadáver en la calle, decían que por fortuna lo habían matado. Yo recuerdo haberme volteado y les dije que antes teníamos un marihuanero y vendedor de marihuana en el barrio, pero que ahora teníamos a un asesino y, más encima, eso los tenía contentos. La pregunta era entonces: ¿en qué momento la muerte violenta o la militarización de un barrio se volvió una salida aceptada socialmente?
-¿Hubo un momento crucial que sirvió para cambiar radicalmente esa percepción?
Hay tres hechos fundamentales, dos culturales y uno político, que se dieron casualmente en agosto de 1990. Se publicó el libro “No nacimos pa’ semilla”, del periodista Alonso Salazar, que luego fue alcalde de Medellín, y se estrenó la película “Rodrigo D. No Futuro” de Víctor Gaviria. Ambas nos pusieron frente a una verdad sobre nuestros jóvenes y nos mostró que nuestra sociedad no era lo que pensábamos. Esos dos hechos culturales nos enfrentaron al espejo, nos hicieron mirarnos y nos desnudaron, obligándonos a tener una conversación sobre lo que realmente éramos. O sea, de la conciencia de sí mismos.
-¿Y el hecho político?
La presidencia de la República la ganó César Gaviria, un tipo anodino, superficial y muy corrupto, pero que creó una consejería presidencial para Medellín y nombró a una mujer muy joven que venía de hacer cine y que cuando llegó a la ciudad decidió hacer algo que es complemente cultural: escuchar. Vamos a escuchar a todo el mundo, dijo. Y buscó a varias personas que teníamos cercanía con procesos barriales y nos reunimos con actores armados, con milicias populares, con jóvenes guerrilleros, con jóvenes paramilitares, con bandas de delincuentes, con vendedores de drogas, con todos. Fue una conversación de cinco años y la llamamos “Seminarios Medellín, alternativas de Futuro”.
-¿Cómo fue el proceso?
Muchas veces nos preguntaron: ¿cómo nos sentamos a conversar a pesar de las diferencias? No, les decíamos, no a pesar de las diferencias, sino a partir de ellas. Yo asumo que piensas distinto, votas distinto, comes distinto, te peinas distinto, pero venga, tenemos que sentarnos a conversar. Y vamos a intentar identificar el problema. Si somos un fracaso colectivo, ¿cómo salimos de ésta?, pues con un desafío colectivo. Y entendimos que Medellín era un desafío colectivo.
-El desafío colectivo, en el fondo, fue la necesidad de construir un nuevo modelo cultural…
Necesitábamos transformarnos como sociedad, cambiar de paradigma y generar acuerdos sobre lo fundamental, incluso estando en desacuerdo en las soluciones. Y a pesar de esto, al menos identifiquemos el problema. Asumimos, por ejemplo, que los barrios informales de Medellín era imposible tumbarlos. Ya estaban ahí. El 50% de la ciudad de Medellín se construyó de manera informal. ¿Qué había que hacer, entonces? Que tuvieran el 100% de servicios públicos.
-¿Pudieron lograrlo?
Hicimos un mapeo. Un mapa índice de desarrollo humano, dónde estaban los barrios de mayor pobreza, un mapa con los barrios más violentados y otro con los que tenían mayor densidad de población. Y ahí pusimos una lupa, priorizando donde se encontraban más niños y niñas de 0 a 6 años. En esos lugares decidimos que tenía que llegar el Estado con todas las herramientas del desarrollo. Y hoy Medellín tiene 100% de energía, 100% de alcantarillado, 100% de transporte público y 100% educación pública de excelente calidad.
¿Qué pasa cuando un Estado no ha intervenido anteriormente y el espacio ha sido tomado por el narco?
En los barrios tomados por autoridades ilegítimas, como los narcos o criminales, el Estado ha llegado ocasionalmente pero con la policía o el Ejército. Uno ve que eso es lo que están pidiendo en Chile, que se intervengan los campamentos. Y eso no es una intervención del Estado, sino una ocupación militar o policial. Porque cuando el Estado empieza a intervenir integralmente, creando planes de desarrollo local, fortaleciendo las organizaciones comunitarias de base, empieza a romper esa desconfianza. Porque si el Estado no se evidencia en cada calle, el poder lo tienen las autoridades ilegítimas. La política entonces tiene que traducir esa esperanza y si no lo hace a partir de hechos, está jodida.
-En comuna 13, por ejemplo, se generó una gran biblioteca pública. El valor de ese proceso es que el espacio invita a otros habitantes de la ciudad a llegar a él. Y el lugar ya no es percibido como prohibido o peligroso.
Hay dos palabras que generalmente tienen un significado unilateral: integración e inclusión. Porque cuando hablamos de programas de inclusión, es cuando el otro participa en lo que yo hago. O cuando el otro se integra en lo que yo hago. Nosotros asumimos que integración, participación, inclusión, tienen que tener la doble flecha. ¿Cómo logramos que el resto de la ciudad se integre a ese barrio que ha sido estigmatizado, que ha sido violentado y que nunca va nadie? ¿Cómo logramos que la sociedad participe en la dinámica de ese barrio? Porque el riesgo que hay es que mucha gente lo vea sólo como un proyecto urbano y el proyecto de Medellín es un proyecto social, educativo y cultural.
-No es sólo infraestructura útil…
Tenemos que propiciar espacios de encuentro, de conversación, de cohesión social. Porque uno de los propósitos al intervenir estos barrios de máxima pobreza, violencia y densidad, es que se integren a la ciudad y que la ciudad se integre a ellos. Porque muchas intervenciones que se han hecho en el mundo, en barrios muy duros, son para mejorar el gueto pero no para integrarlos a la ciudad. Son barrios con Photoshop, como les digo yo. La gente se siente un poco mejor, pero no invita a la ciudad que se conecte. Hoy el barrio más turístico en Medellín es Comuna 13.
-Es algo que va más allá de la mera gentrificación, en el fondo.
La otra vez salí por la puerta internacional del aeropuerto de Medellín y me gritan profe. Miré y era una familia de emprendedores de Comuna 13, que tienen un cafecito y una hija acaba de montar un bar. ¿Pa’ dónde van?, les pregunté. Pues para Europa, me dijeron. Yo pensaba, ¡qué maravilla!, cómo esa transformación cultural cambió a una familia que antes vivía en el miedo y sin ninguna opción económica. Esto definitivamente les abrió la cabeza.
«Políticos atrevidos»
-¿Cuáles son las amenazas de implementar un modelo de este tipo?
Hay muchas dificultades. La primera necesidad es entender que los tiempos de los proyectos no son los tiempos políticos. O sea, no es el tiempo de un alcalde o de un presidente. Hay que construir procesos a largo plazo. Y esto requiere mucha paciencia y encontrar políticos atrevidos. A mí me preocupa que gobernantes progresistas y transformadores hagan lo mismo que hacían los anteriores. Creo que hay que encontrar ese atrevimiento en lo público. Además, por supuesto, hay que tener referencias. Hace 30 años en Medellín no sabíamos qué hacer y empezamos a buscar aprendizajes en otros lados.
-¿Qué aprendieron?
Aprendimos que en Alemania se encontraban los mejores programas de prevención de violencias, que los mejores proyectos sociales como políticas públicas estaban en el Foro Social Mundial de Porto Alegre y que el mejor plan estratégico de 30 años con presupuesto participativo se daba en Rosario, Argentina. Y que la mejor relación universidad-empresa- Estado se desarrollaba en el TEC de Monterrey. Y observamos los grandes proyectos urbanos de transformación en Bilbao o de Barcelona. Y empezamos a incorporar esos aprendizajes. Pero todo eso se dio a través de espacios múltiples de conversación.
-¿Qué piensas del paradigma sobre la infraestructura cultural como mecanismo para enfrentar la inseguridad?
Hace 18 años, cuando ganamos la alcaldía, todavía éramos la ciudad con mayor violencia del mundo, y nos decían, ¿ustedes qué van a hacer para enfrentar la inseguridad? Entonces respondíamos con una pregunta. ¿Qué es lo contrario de la inseguridad? Y todo el mundo respondía automáticamente la seguridad. Las dos palabras antónimas no son inseguridad y seguridad. Las dos palabras antónimas son inseguridad y convivencia. En ese concepto, la seguridad es más policías en las calles, más cámaras, más militarización. Entonces, si la cantidad de policías o militares en las calles fuera proporcional a la seguridad, hoy Israel sería el país más seguro. Por eso lo contrario a la seguridad es la convivencia y la convivencia se construye con proyectos sociales, educativos y culturales.
-A propósito de esto mismo, ¿cómo ves esta oleada de populismo punitivista en Latinoamérica?
Creo que los modelos Bukele y similares, no solo son populistas sino efectistas. Y en el mediano o largo plazo, van a evidenciar su falta de efectividad. La solución Bukele es una solución policial, ni siquiera judicial, porque han encarcelado a 60.000 jóvenes sin juicio. Hace poco invité a un amigo mexicano, Ernesto López Cedillo, que trabaja con el Consejo Ciudadano de Seguridad, a una conferencia en digital. Ahí le pregunté a él, que ha sido formador de policías, qué pensaba del modelo de seguridad de Bukele y nos dijo que cuando nos preguntamos por Bukele tenemos que preguntarnos por su modelo de democracia. O sea, ¿qué tanta democracia estamos dispuestos a sacrificar en función de la seguridad? Hacer esa pregunta en la conmemoración de los 50 años de un golpe de Estado es fundamental.
-¿Cómo has visto la recepción del modelo cultural aquí en Chile?
Chile es un país que se ha encerrado mucho en sí mismo. Siempre. Tal vez por su geografía física o la situación que vivió durante la dictadura, pero siempre cree que la solución la encuentra en sí mismo. Y ha preguntado poco afuera. En mi experiencia personal es un país escaso.
-¿En qué sentido?
Como consultor no es un país importante en mi portafolio. Yo voy mucho a Brasil, a Argentina, a México, a Uruguay, pero a Chile muy ocasionalmente. Me invitan solo a conferencias y a medios de comunicación. Entonces, creo que hay una necesidad de oír otras cosas, pero todavía no se ha dado el paso para cambiar de enfoque. Todavía veo a una sociedad muy cerrada a escuchar otro tipo de soluciones, a romper paradigmas.
-¿Por qué crees que se da eso?
El lunes pasado, por ejemplo, estuve en un matinal de televisión con jotacé y Monserrat. Ella me dijo que si los campamentos se intervenían como yo planteaba, crearía un efecto multiplicador. Le dije que me estaba describiendo la situación del 90% de los barrios informales de todo el planeta. En Medellín, el 50% de la ciudad fue informal o ilegal. En Buenos Aires, le expliqué, la Villa 31 es hoy barrio Mujica, que alberga a 40.000 personas y se ubica al lado del barrio más rico de la ciudad, Recoleta. Viví cinco años en Buenos Aires y tuve la oportunidad de preguntarle a Macri por qué decidió intervenir las villas en su segundo periodo y no antes. Me dijo que su equipo le había recomendado erradicarlas. ¿Y qué cambio?, le pregunté. Si las pudiéramos erradicar, me dijo, las habríamos erradicado. Me lo dijo con todo el desparpajo, sin pudor. Ahora estas villas tienen servicios públicos y alcantarillado. Bienvenidos a Latinoamérica. Bienvenidos a la realidad.
-Todo este discurso, además, está muy matizado con el tema de la inmigración…
Bueno, hay que ocuparse de eso que consideran un problema y que yo entiendo como una oportunidad. No sé cuál es tu apellido, pero todos somos en su mayoría migrantes. La inmigración no tiene por qué ser el problema. Es una oportunidad maravillosa. Una oportunidad para todos. ¿Qué necesitan en el fondo los campamentos en Chile? Un abrazo. Hay que abrazarlos con un proyecto social, educativo y cultural. El año pasado estuve en Río de Janeiro y comentaba que cada vez que había un problema en una favela mandaban 200 militares. ¿Alguna vez les han mandado 200 educadores, 200 médicos, 200 arquitectos, 200 urbanistas, 200 artistas? ¿Alguna vez les han mandado 200 trabajadores sociales? ¿200 antropólogos? No, militares. Como eres tan peligroso, te mando militares. Como eres tan violento, te mando militares. No, dame un abrazo. Yo soy la víctima.
Vía: El Desconcierto.
Conocí a Melguizo en Antofagasta, gobernación de la Región de Antofagasta un tipo lúcido, quisiéramos tener acá un Alcalde como Rivas, porque Jonathan Velásquez no ha hecho nada por la seguridad.
Mientras el Alcalde lanza de algarrobo yañez se robo hasta los floreros, en Chiguayante el Alcalde Rivas traen a Jorge melguizo. Soberana diferencia.